martes, 12 de junio de 2007

Encuentros en la casa de empeño.


Se rumoreó y se desmintió (ya se sabe, el desmentido suele ser la antesala de la noticia, salvo en España, que es noticia en sí mismo) y aún no está muy claro lo que va a suceder con el patrimonio histórico artístico del Partido Comunista Francés. La famosa Gioconda con bigote de Duchamp parecía que iba a cambiar de manos, y los dibujos donados por Picasso también corrían el peligro de dejar su espacio libertario y pasar a manos burguesas.

Por ahora la cosa queda ahí, con un partido en quiebra para gozo de la derecha y de la llamada socialdemocracia, que casi veinte años después de la caída del muro sigue sacudiéndose el complejo de hermano pequeño torpón o heredero arribista que no suelta la mejor parte del pastel.

Quizá la verdadera crisis, como el sueño genuino comenzó en Rusia hace 90 años; en otoño, una época en la que sólo podrían florecer las utopías. Cuando los propios comunistas dirigidos por Stalin se convirtieron en una caricatura grotesca y siniestra a costa de los que realmente creían que el sueño estaba al alcance de la mano.

En Occidente, especialista en mirar sin ver, todo eso se obvió y se mantuvieron consignas prostituídas que ni siquiera se tambalearon hasta que los tanques comenzaron a tomar Praga o Budapest, a veces ni eso.

Lo más trágico es que, por encima del arte en forma de cuadros o edificios, el comunismo perdió los sueños, o lo que es peor, con demasiada frecuencia los convirtió en pesadillas que ni de lejos vislumbraron lo que podía haber sido y no fue.

jueves, 7 de junio de 2007

Espacios perdidos.

De 2666:

Las únicas salas de cine que cumplían una función, dijo Charly Cruz, eran las viejas, ¿las recuerdas?, esos teatros enormes que cuando se apagaban las luces a uno se le encogía el corazón. Esas salas estaban bien, eran los verdaderos cines, lo más parecido a una iglesia, techos altísimos, grandes cortinas rojo granate, columnas, pasillos con viejas alfombras desgastadas, palcos, localidades de platea y galería o gallinero, edificios construidos en los años en los que el cine todavía era una experiencia religiosa, cotidiana y sin embargo religiosa, y que poco a poco fueron demolidos para edificar bancos o supermercados o multicines. Hoy, le dijo Charly Cruz, apenas sobreviven unos pocos, hoy todos los cines son multicines, con pantallas pequeñas, espacio reducido, butacas comodísimas. En el espacio de una vieja sala de verdad caben siete salas reducidas de un multicine. O diez. O quince, depende. Y ya no hay experiencia abismal, no existe el vértigo antes del inicio de una película, ya nadie se siente solo en el interior de un multicine
(Roberto Bolaño)