jueves, 8 de febrero de 2007

Ángel González.

Nacido en 1922 no puede ser considerado una promesa de la poesía por dos razones, la primera es que es una realidad y la segunda es que su poesía siempre cumple.
A pesar de que su mayor resonancia en estos días terribles se debe a su amistad con Joaquín Sabina, su persona y su personalidad aparecen en sus versos con una rotundidad y frescura que no requieren ni publicistas ni congresos literarios para demostrar que, si clavamos nuestra mirada en sus poemas, manará en abundancia la belleza como única sangre necesaria para estos tiempo inciertos.
Y para muestra un botón:

INVENTARIO DE LUGARES PROPICIOS AL AMOR
Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscriben
la caricia ( con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
-sin interés alguno-
en niños, perros y otros animales)
y el «no tocar, peligro de ignominia»
puede leerse en miles de miradas.
¿Adónde huir, entonces?
Por todas partes ojos bizcos,
córneas torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían, amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.